Mira que he visto estrellas fugaces y soles y lunas y planetas enteros precipitarse al fuego y estallar en mil pedazos, y me han apuntado con linternas a la cara en plena noche oscura (ten amigos para esto), pero nunca he visto nada tan cegador como su luz cuando llega y te saluda. ¡Hola! Un simple ‘hola’ y ya se ha encendido la fábrica de sueños, las nubes de algodón ahora son de azúcar, y el arco iris que asoma por ahí se ha vuelto caramelo. Y luego, la película transcurre, y sucede, y hay buenos y malos, y unos fechorean a otros mientras otros aman a unos, o viceversa, no sé, porque a veces todo esto resulta algo enrevesado, ya sabéis, si es que están tan difíciles estos tiempos… y yo no tengo palomitas (ni microondas, y eso es aún peor porque tener el salado maíz pero no dónde cocerlo es lo más parecido al infierno), pero ¡qué demonios! no las necesito. Nunca he ido al cine sino por cebarme como un cerdo; quiero decir que esto es algo serio.