Leena se despertó con el aroma del café recién hecho. La débil luz del atardecer se colaba en la cabina de mando su viejo transportador dimensional, arrancando destellos de las paredes metálicas, y llenando el habitáculo de un ligero tono púrpura. Sonó un corto «blip-blip» calmado, acuoso, seguido de una voz metálica, suave, casi humana:
– «Comandante, su café está listo. Son las 7h GMT del 3 de abril de 2207.»
– «Gracias, Jane. Acércanos a la superficie, por favor.»
Leena era una mujer práctica. La mayoría de pilotos de un vehículo de transporte dimensional como el suyo – VTD en la jerga del mundillo «freelance» – habrían dado un nombre personalizado, quizás original, a la inteligencia artificial que lo gobernaba. Ella, sin embargo, no terminaba de encontrar el sentido a dar un nombre humano a una herramienta no-humana, disimuladamente artificial, por sofisticada que fuera. Así, la IA seguía respondiendo al nombre de Jane (Jane 4.3.235 para ser más exactos), casi una década después de haber sido programada.
Con un leve zumbido, la cabina descendió suavemente hasta el nivel del océano, en el mundo acuático A/315-J. De base rocosa, este planeta océano orbitaba alrededor de una estrella enana amarilla, muy parecida a nuestro Sol, en la periferia de la galaxia de Andrómeda. La limitada potencia del transportador dimensional del VTD de Leena permitía cubrir la distancia de 2.5 millones de años luz desde la Tierra en tan sólo una docena de saltos – apenas una jornada de viaje.
– «Dame los parámetros de composición de la superficie.»
– «El análisis sigue en progreso. 95.4% agua, 2.2% diversos compuestos inorgánicos, 1.5% compuestos orgánicos, 0.9% desconocido.»
Desconocido. Leena nunca había oído a Jane pronunciar esa palabra. Este planeta la estaba poniendo nerviosa… estaba acumulando retraso. El análisis de la atmósfera había tardado unas horas más de lo habitual, y el de superficie había llevado toda la noche, y por alguna razón, Jane no parecía ser capaz de completarlo. Podría ser un mal funcionamiento de los instrumentos de medida de la nave, o quizá interferencias del campo magnético del planeta… A decir verdad, el ritmo de trabajo de un freelancer como Leena exigía compromisos y, bueno, las pruebas y demás rutinas de mantenimiento tendían a caer relegadas a la última posición en la lista de prioridades. Aún así, algo la intrigaba, tenía la corazonada de que algo no estaba… bien.
– «Jane, vuelve a comprobar los sensores de la nave.»
– «He ejecutado todas las pruebas de nuevo, funcionan con normalidad. La magnitud del campo magnético está dentro de los parámetros de trabajo habituales.»
Sentada en la silla del piloto, observando el tono iridiscente de este planeta acuoso mientras el ocaso teñía el horizonte de un agradable color morado, Leena dio un sorbo corto a su taza de café – todavía humeante – y se quedó un rato pensativa. Con la mirada perdida en el horizonte, contemplando el espectáculo de luces y colores de la puesta de sol en este mundo lejano, y extraño.
Freelancer. Contratada por corporaciones privadas para descubrir planetas ricos en los recursos más valiosos y escasos en la Tierra: coltán para equipos electrónicos, agua pura debido a la contaminación terrestre, derivados del petróleo para fabricar plásticos, entre otros. Su trabajo era sencillo: consultar la lista de planetas potencialmente interesantes que la compañía le proporcionaba, visitarlos, realizar un análisis exhaustivo de la atmósfera y el terreno en superficie, y enviar los datos de vuelta a la compañía. Sencillo, y rápido; con la facilidad del viaje interplanetario que brindaban los VTD, y el instrumental que proporcionaba la tecnología de la época, en una semana se podían escanear varios planetas.
Pero algo estaba definitivamente interfiriendo con sus instrumentos de medida, y era muy improbable que se tratara de un campo electromagnético de cualquier tipo – debido al blindaje que los sensores necesitaban para funcionar cerca de un dispositivo de transporte dimensional.
Las IA de la serie Jane instaladas en los VTD de última generación eran sólidas, y lo más cercanas a la definición de“infalible”a lo que un sistema software creado por la ingeniería humana había llegado nunca. Leena confiaba en ella. Había escuchado rumores, claro, de versiones anteriores de la IA tomando decisiones extrañas o fuera de lugar, bloqueando a sus pilotos en el exterior del vehículo espacial, o transportándolos a años luz del destino especificado, en medio del espacio interplanetario oscuro. Pero eso eran historias del pasado; ningún sistema Jane había dado muestras de debilidad o fallo en las últimas décadas. Entonces, si los sensores de la nave realmente funcionaban… ¿qué demonios podría estar interfiriendo?
Un fuerte pitido sacó a Leena de su ensueño.
– «Detectado movimiento a 100m aproximándose a gran velocidad. Iniciando maniobra de evasión.»
Leena dejó su taza sobre una repisa cercana, y se apresuró a abrocharse el cinturón. Se inclinó sobre el panel de control para comprobar los datos, que parpadeaban en la pantalla.
– «Dame tamaño y velocidad de aproximación.»
– «… metr… …segund… ntrol…manual.»
– «Jane, repite!»
– «… (ruido estático).»
Leena palideció, pero en su rostro no se movió un músculo. Su instinto y años de entrenamiento en la academia interestelar tomaron el control de sus manos, pulsó el botón de control manual y un tablero virtual lleno de botones y pantallas se dibujó en el aire frente a ella, a la altura del pecho.
La nave dio una brusca sacudida, que hizo que la taza de café, todavía caliente, cayera desde la repisa sobre sus pantalones. El repentino escozor de la quemadura le hizo dar un respingo en la silla.
– «Maldita sea!» – Leena miró hacia abajo un instante, tratando de sacudirse de encima el café caliente que sus pantalones no habían absorbido aún. Sólo consiguió empeorar la situación.
Cuando levantó la mirada, vio que el resplandor iridiscente del océano se tornaba cada vez más intenso, mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. En medio de la brillante luz purpúrea, justo debajo de su nave, se extendía una enorme mancha oscura. Alzó la mano derecha hacia el control de altitud del panel de mandos virtual, pero la nave no respondía. Los motores rugían con fuerza, la cabina temblaba y las paredes metálicas chirriaban por la presión del impulso, pero el VTD de Leena seguía anclado en la misma posición.
Con una nueva y brutal sacudida, Leena perdió el equilibrio y cayó al suelo, golpeándose la cabeza con el cuadro de mandos metálico. Se quedó tumbada, consciente pero aturdida, la cabina de la nave girando frenéticamente a su alrededor, crujiendo y rugiendo con un chirrido metálico estridente. Las paredes exteriores del casco comenzaron a deformarse. La nave se elevó bruscamente, con una fuerte sacudida. Con el vehículo fuera de control y rotando sobre sus tres ejes, Leena rebotaba en su interior como un muñeco de trapo. Tratando de protegerse, se acurrucó y se cubrió la cabeza con los brazos, desorientada, magullada y dolorida por los golpes. Cerró fuerte los ojos y perdió el conocimiento.
El sol se puso en el horizonte, el cielo se oscureció en un instante. Como si una fuerza enorme invisible tirara de ella hacia el fondo, la nave de Leena se hundió súbitamente en un océano de luz irisada.