Las luces del ocaso tornan el cielo de un color rojizo anaranjado. Algunas nubes bajas juegan con los rayos de un tenue sol, adquiriendo todas las tonalidades de color posibles, y las formas son alargadas como si la luz tirase de sus extremos.
Una silueta se recorta contra el horizonte, produciendo una sombra que se deforma con las suaves ondas del terreno. Todo lo que sus ojos alcanzan a ver es un paisaje completamente llano, en el que apenas destacan algunas colinas distante, marcadas por la erosión de otros tiempos.