El reverendo Kwame no era un sacerdote como los demás. Su iglesia, la Orden de la Simulación Dimensional, también era atípica. Los no-creyentes se referían a sus miembros de forma despectiva como“simulantes”, aunque, a decir verdad, su doctrina no tenía muchos detractores. Era bastante práctica, elegante, compartía principios fundamentales con otras religiones y, a fin de cuentas, promovía la paz y la armonía como conceptos universales. Una religión así, no iba a comenzar muchas guerras teológicas.
El principio fundamental del Simulacionismo era simple: todos vivimos en una compleja simulación tridimensional – muy parecida a lo que sería un videojuego, pero a una escala mucho mayor. La simulación sería generada en las dimensiones superiores, cuya existencia teórica estaba demostrada por las matemáticas y la física, pero cuya existencia práctica nunca había podido ser demostrada. Precisamente – predicaba el simulacionismo – nuestro fracaso en acceder a las dimensiones superiores sería la prueba de que la simulación existe, pues un sistema así sólo podría ser diseñado con un mecanismo de seguridad sofisticado, lleno de restricciones que nos impidieran a nosotros, pobres representaciones tridimensionales, escapar del juego.