04 – Kwame

El reverendo Kwame no era un sacerdote como los demás. Su iglesia, la Orden de la Simulación Dimensional, también era atípica. Los no-creyentes se referían a sus miembros de forma despectiva como“simulantes”, aunque, a decir verdad, su doctrina no tenía muchos detractores. Era bastante práctica, elegante, compartía principios fundamentales con otras religiones y, a fin de cuentas, promovía la paz y la armonía como conceptos universales. Una religión así, no iba a comenzar muchas guerras teológicas.

El principio fundamental del Simulacionismo era simple: todos vivimos en una compleja simulación tridimensional – muy parecida a lo que sería un videojuego, pero a una escala mucho mayor. La simulación sería generada en las dimensiones superiores, cuya existencia teórica estaba demostrada por las matemáticas y la física, pero cuya existencia práctica nunca había podido ser demostrada. Precisamente – predicaba el simulacionismo – nuestro fracaso en acceder a las dimensiones superiores sería la prueba de que la simulación existe, pues un sistema así sólo podría ser diseñado con un mecanismo de seguridad sofisticado, lleno de restricciones que nos impidieran a nosotros, pobres representaciones tridimensionales, escapar del juego.

Conceptos comunes con otras religiones como la reencarnación, la existencia de yo espiritual y el alma, el paraíso o el infierno tras la muerte, tenían su explicación en el simulacionismo. Nuestro verdadero Yo Dimensional, es decir, la esencia de nuestra propia existencia tal y como estaría expresada en las dimensiones superiores, decidiría “echar moneda”y jugar una partida en esta simulación que sería el mundo tridimensional. Según hicieran bien o mal, o tuvieran un mejor o peor resultado en la vida, así serían recompensados en el más allá – el mundo en la dimensión de procedencia, fuera cual fuera ésta. Qué es “bien”, “mal”, “mejor”o “peor”no estaba claro, y era objeto de disputas internas en el seno de la Iglesia. Siendo una religión espiritual, y sin un dios al que tomar como referencia – exceptuando la Conciencia Dimensional, de quien se desconocía su mensaje – era difícil escribir una tabla de mandamientos que los feligreses aceptaran como Ley Divina. El escepticismo, paradójicamente, era una virtud muy apreciada en el simulacionismo.

En cualquier caso, nadie podía conocer con certeza las reglas del juego, y el simulacionismo se enorgullecía de mantener un espíritu crítico al respecto. Si sus miembros creían en la teoría de la simulación dimensional era porque era probable. Y, por supuesto, exótica, y en cierto modo tecnofílica. Y muy potente: podía explicar no sólo el resto de las religiones, sino también algunos efectos paranormales como la comunicación con los espíritus o las visiones premonitorias. Nuestros cerebros serían herramientas, una especie de radios sintonizadas para recibir un canal concreto, operando a nivel cuántico – supra dimensional, como establecía el simulacionismo.

Así, gracias a estos canales de comunicación abiertos, ciertas copias o versiones de la Conciencia Dimensional llegaban a nuestras mentes. Tras la muerte, o períodos de inconsciencia, no habría un “espíritu”viajando al paraíso. La señal simplemente dejaría de ser recibida, pero nuestra conciencia ya estaría en el más allá, siendo parte de la Conciencia Dimensional universal desde un principio.

Si el cerebro no estaba bien sintonizado – por cualquier razón, psicológica, biológica, o incluso debido a interferencias en la señal – entonces se producirían ciertos fenómenos difíciles de explicar. Visiones, fantasmas, abducciones alienígenas, alucinaciones sensoriales… la propia intuición humana estaría enlazada a muy bajo nivel con esta “emisora”de consciencia.

Incluso fenómenos como la intervención divina, las experiencias místicas y la creencia en dioses monoteístas podían ser explicadas gracias al simulacionismo, como intentos de control o dirección de la realidad tridimensional desde el origen, en las dimensiones superiores. Quizá cada intuición que tenemos sólo sea otro jugador tratando de darnos una pista, o de distraernos, desde fuera de la simulación.

Volviendo a la cuestión principal, cualquiera que fuera el sentido de todo esto, de la vida, de la existencia misma, era probablemente encontrar este mismo sentido. La pregunta se convertía en la respuesta, y el círculo se cerraba.

Para el reverendo Kwame, la cuestión estaba clara, y se reducía a lo siguiente: bueno es aquello me beneficia, y a través de este beneficio personal produce un impacto positivo en el conjunto de la sociedad. Si hago el bien, cuando vuelva a jugar partida podré elegir qué persona quiero ser, y en qué época quiero vivir. Por supuesto, cada miembro de su Iglesia tenía su propia interpretación de cómo funcionaban la simulación, pero esto no era un problema siempre y cuando todos estuvieran de acuerdo en los fundamentos: que la Simulación Dimensional existe, y estamos todos en ella.

Cuando se contempla la propia existencia desde esta perspectiva, cada situación, problema, sufrimiento y alegría tiende a tornarse relativa. Quizá los cínicos griegos estaban en lo cierto, después de todo. Quizá Platón sabía de lo que hablaba.

El reverendo Kwame, como líder espiritual, era el más cínico, escéptico y a la vez apasionado creyente de la parroquia. Había tenido una visión que no podía ignorar, y estaba dispuesto a hacer algo al respecto.

Aunque le fuera la vida en ello. Al fin y al cabo, no es más que un juego, ¿verdad?

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