Lepidópteros y bombones

Mira que he visto estrellas fugaces y soles y lunas y planetas enteros precipitarse al fuego y estallar en mil pedazos, y me han apuntado con linternas a la cara en plena noche oscura (ten amigos para esto), pero nunca he visto nada tan cegador como su luz cuando llega y te saluda. ¡Hola! Un simple ‘hola’ y ya se ha encendido la fábrica de sueños, las nubes de algodón ahora son de azúcar, y el arco iris que asoma por ahí se ha vuelto caramelo. Y luego, la película transcurre, y sucede, y hay buenos y malos, y unos fechorean a otros mientras otros aman a unos, o viceversa, no sé, porque a veces todo esto resulta algo enrevesado, ya sabéis, si es que están tan difíciles estos tiempos… y yo no tengo palomitas (ni microondas, y eso es aún peor porque tener el salado maíz pero no dónde cocerlo es lo más parecido al infierno), pero ¡qué demonios! no las necesito. Nunca he ido al cine sino por cebarme como un cerdo; quiero decir que esto es algo serio.

De veras, es algo realmente serio, porque las fiestas nunca fueron fiestas de verdad hasta que llegó ella con su aura de Caperucita que nunca ha sido mordida por un lobo, tal es la pureza de su fuerza. Y que las ha habido ¿eh?. Busca fiesta en el diccionario, que sale mi nombre, por Snoopy. Y que no es porque no saliera la chiquita al bosque, oigan, que la niña se las trae, y la Beretta en la mochila, es que no se corta. Cualquiera le toca un pelo (del corazón, por supuesto). Todo es extraño de cojones, pero es bonito, porque su sonrisa brilla más que ella, y eso supongo que anima, o si no que le pregunten a Christian, que tenía a la pobre Satine encandiladita. Y será bonita, y más le vale, porque la mía es estúpida, más incluso que la de un borrego que tropieza de camino al matadero, aunque eso no es algo que me importe demasiado, porque nunca he descartado la enajenación del intelecto como un estado transitorio de todo proceso pretraumático del ser humano.

Hay tantas chispas en su mirada que no entiendo qué le pasa a la llama. Está perezosa, está que no está, está que no salta. ¡Ay la farola del mar!, ¿será que no tiene gas? Está que va a ser que no, pero mira, ya vestidos de pasotismo, también me da igual, ¡ea! que chulo se vuelve uno cuando pronuncia las palabras mágicas, ¿a que sí? Es todo tan dulce que cuando arrivo a casa, ¡mariposas! me duele la tripita. Menudo empacho – que no lo es tanto, porque yo estómago tengo si es pa’ lo bueno, sobre todo si viene del animalito más cariñoso que uno pueda conocer en su mísera vida, que no puede ser otro que una Caperucitonia Libreste, ahí ha quedado eso, y aún así la cabrona es tan dulce que a veces parece que se me va a derretir con sólo rozarla. Por eso ni la toco, que uno aprecia lo que tiene, y cualquier cosa, fundida del todo, no sabe igual de bien.

En fin, que llego a casa como ya he dicho, pero claro, después de un ‘¡Adiós!’ porque uno nunca llega a casa si no hay primero un ‘adiós’. De cualquier otro modo a donde se va no es a mi lúgubre morada, sino al mismísimo Reino de los Cielos, pero sin vírgenes por medio, ustedes ya me entienden, o mejor aún, no lo hagan, explicaciones que me ahorro. Y como ya he dicho, si dije digo digo diego, si fue dicho ahora digo nicho, entro a la cocina… y congelada está la pobre, hasta los fogones. Lo que da de sí la nevera por una despedida. Va a ser que esta noche aquí no se encienden ni las velas, que no hay quien las aguante, pero es que ni a mecherazos, ¡pardiez! Y el tiempo pasa, que también pesa, y las cosas cuando pesan dejan de pasar porque son como les dejan ser, y aquí todo el mundo quiere movimiento, y la mezcla de todo casi siempre es de lo más contraproducente. Y yo en la cama con indigestión de lepidópteros, pensando que la vida sólo es una pérfida caja de bombones. Dulces sueños, querido Jack Calabaza.

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