¿Qué hace un chico sensato los sábados por la noche?
Supongo que se divierte. Hay canciones que, de primeras, no hacen más que ruido, pero en el fondo esconden una bonita melodía. No sé si me entiendes. Lo que quiero decir es que la gente tiene caras que sólo se descubren por las noches, y hay que ser muy mezquino para negar eso, o muy profesional para no querer contemplar la vida en todas sus facetas. Hasta las paredes tienen algo interesante que decir, los sábados por la noche.
Creo que te sigo. Pero no puedo entenderlo del todo. No entiendo cómo puedes renunciar a tanto por tan poco.
Si todo se cuestion de pesos, esto es tan fácil como darle un empujón a la balanza. El mundo que nos prometieron en la cuna se dispara balas de azufre los lunes por la mañana, en cualquier esquina. El mundo que habíamos imaginado sólo asoma la cabeza cuando las mentiras dejan de morder, los viernes por la noche. Entonces todo es distinto.
¿Por que actúas así?
No lo sé. Tal vez nada me importe. Tal vez tú no me importes. Tal vez estoy esperando que cumpláis vuestra promesa y me enseñéis ese mundo que me inyectásteis con poemas y cuentos para niños. Tal vez el payaso sea un criminal en el fondo, cuando se quita el maquillaje. Me siento engañado.
¿Y qué vas a hacer al respecto? Es lo que hay, así son las cosas, ya lo sabes.
Lo sé. Lo he visto. Los duendes sólo existen cuando yo duermo. No dejan regalos si mis padres no están en casa.
¿Qué esperabas de la vida?
Un sueño de niño, al principio. Un sueño de adolescente, después. Ya no hay sueños.
¿Qué esperas, ahora, de la vida?
Lo mismo que del resto del mundo: que sólo me dirija la palabra los sábados por la noche. O que me abandone. Las dos opciones son tan válidas como las mentiras que mezclábais en mi vaso de leche cada lunes por la mañana, a la hora del desayuno.
“Crece”, me decíais… ¿para qué?