La ley de la sabana

Hay cosas que tienen sentido, y es precisamente porque no tienen ningún sentido, y ésa es su razón de ser. De la misma manera que la nada lo es precisamente todo cuando no hay otra opción para elegir. Las explicaciones perfectamente lógicas son una bomba de relojería: tarde o temprano explotan y te dejan con el mismo mal sabor de boca que tenías cuando pensabas: ‘no soy lo bastante bueno para ciertas cosas’; y es que la lógica la inventó un enfermo con traje gris, que había olvidado el significado de una bicicleta en verano. Sin embargo, soy bastante bueno en otras cosas, como jugando a las cartas. ¿De qué te sirve apostar si nadie se hace rico en el black jack? El que gana un millón de dólares realmente jugaba con dos, y varios ases en la manga. Bueno, pero ¿qué sería de tu vida sin cartas para jugar? Hay heridas del pasado que no cicatrizarán nunca, y amputaciones que nunca han producido dolor a nadie, más que a mí que pienso en ello y me estremezco, y eso lo veo hora tras hora, en los rostros de los venusianos que pueblan mi planeta.

Yo no soy un venusiano. Yo sólo tengo barba, nada más, ni cuernecitos verdes ni cara de lelo. Sólo una barba mal afeitada, según mis días, pero la suficiente chispa para advertir que ‘ser’ y ‘ser humano’ no es lo mismo, lo mires como lo mires, en verbo o en sustantivo. No me imagino jodido y mutilado, con el seso sorbido, sin saber un poco de más ni conocer la sutil diferencia entre amable e interesado. Entre chistoso y payaso. Tampoco sé bien qué es lo que soy, pero sé que mis cuernos no son verdes, así que no puedo ser un maldito venusiano más. Podría pasarme una vida entera buscando mis orígenes en el pasado, pero perdería mi futuro. Pude pasarme todo un pasado gritando tu nombre, y sólo he ganado medio presente, rancio, sin textura, sucio y arrugado. Algunos chicos buenos aún excavan madrigueras para acomodar niditos de amor, mientras algunos hombres malos las usan para enterrarte viva, las veces que sea necesario. Grita dentro si quieres, pero cómete el suelo, por curiosidad. Descubre qué se siente. Un trapo es feliz cuando no aspira a traje de gala.

Y es que ser idiota tiene un tope, pero la ingenuidad no parece tenerlo en ninguna parte. El límite del imbécil es aquél en el que estás muerto si respiras, y ésa es la vida que prefieren muchas y muchos. Dime que me quieres, excávame una casa sin chimenea ni ventanas, entiérrame y plántame un jardin, debería cantar la canción del verano. Pero sólo se escucha que el amor es complicado en estos tiempos. ¡Qué lastima dan las cosas bonitas pero inútiles, qué asco dan las cosas feas e inútiles!. ¡Qué rabia las margaritas silvestres que se echan a perder en manos de torpes agricultores y sus tractores, qué mala leche sólo de pensar, que además ellas eligen dónde crecen! Hay que ser verdaderamente inútil para decidir siempre y equivocarse el noventa y nueve por ciento de las veces.

– ¿De qué te quejas – le dijo el león a la gacela – si sabías que tarde o temprano te cazaría?
– No sé si me gustan tus caricias – le respondió la gacela – me he torcido una patita y te has abalanzado sobre mí… a veces parece que no entiendes mis necesidades; no me comprendes; necesito corretear.

Y entonces el león se la comió de un bocado. ¿Alguna gacela habrá soñado con leones que cavan nidos de amor en la sabana, o que apuestan en las carreras de los sábados? ¿Algún león habrá soñado con gacelas que no hablen como pavas de corral antes de ser devoradas?

¿Pero, para qué mirar donde pisas con lo bonito que es quejarte?

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