Ella de nuevo

Como de costumbre, me sentía ajeno a toda la escena. Hubo un día en que ella ya no era ella, sin embargo era cualquier otra ella del repertorio, que lloraba con sus perfectas lágrimas de rompo-platos-cuando-nadie-me-mira, mientras él solo sabía esbozar una estúpida mueca de estúpido borrego estúpidamente degollado. La abrazaba, y ella lloraba. Maldecía, hablaba de competir en no sé qué olimpiada, y de viajes en tren a emociones exóticas y lejanas.

¿Qué coño hay de nuevo en la misma historia repetida millones de veces? Siempre estaciones, vagones, alquileres, y un extraño cóctel de candidez, rubor y esperanza. Deberían prohibir los sueños en la escuela, porque distraen de la realidad, y dificultan el aprendizaje. Quizá no haya nada que aprender. Ella lloraba sobre el hombro de él, y a mí no me conmovía. Conocía su pasado, su presente. Hablaban de mañana, pero yo no veía ningún futuro. Estaba condenada a su propia cadena perpetua de autoengaños.

Recuerdo que después, ella se marchó, y hubo un rato de silencio. Al poco, apareció otra vez, pero ya no era la misma. También había otro él, también distinto, aunque en el fondo el mismo. En esta ocasión no hubo lágrimas, al contrario, muchas risas. Mucha lata de conserva, mucho vino barato en botella de cristal. No es que el vino barato tenga nada malo si lo sabes saborear, lo que es absurdo es que el envoltorio valga más que el contenido. Tarde o temprano, la carcasa se rellena de cualquier otra cosa, y aquí no ha pasado nada. Como un gran diario en blanco estrenado con cada amanecer. «Diario de alguien que nunca fui yo».

Otra ella, en la mesa de al lado, cuando no hablaba de veleros, recitaba algún poema. Estrofas de ésas, tan bonitas que se atragantan, arañan el gaznate e impiden sentir nada. Como la carroza vacía de una Cenicienta que ya no se levanta por las mañanas. Hay muchos cuentos que nunca se publican, y que no tratan de bellas durmientes. Y es que, de noche, el amor está en las barras, y en la calle el ron y la poesía.

Algun día yo ya no seré yo, a mí también me sucederá, me dije. Tiempo al tiempo, afirmé. No estaré siempre, tal vez quede mi recuerdo en algunos libros apilados y llenos de polvo. Nada que yo construya sobrevivirá a muchos vendavales seguidos. Alguna vez yo también he sido ella.

Cuando volví a casa, me dormí pensando en perros ladradores y poco mordedores, en incendios, en bomberos, en enfermedades, en las barras de los bares, en bloques de hielo, en carreteras interminables, bancos de arena movediza, farolas en el desierto, hipotecas sin seguro, sin responsabilidad y sin firmar, y en cuántos metros se puede bucear en un tanque de gelatina antes de morir de diabetes.

El amor quedó en la barra, y en la calle el ron, y la poesía.

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