Me gustan los atardeceres, no sé bien por qué. Siempre me han gustado, desde pequeño. Sobre todo los de verano (son más largos), y también los de invierno (son más intensos). Tienen algo de romántico, de melancólico, supongo. Un día termina, y deja paso a la incertidumbre oscura de la noche. Después, vendrá otro día nuevo; ahora, los recuerdos y sensaciones del día que marcha se apagan, se almacenan en mi recuerdo, y se despiden.
Cuando es en verano, se trata de un buen día , probablemente; casi siempre lo son, al calor y luz del sol del Mediterráneo. En invierno, los días son cortos, breves, doblemente buenos simplemente por fugaces.
Si pudiera congelar mi vida en un instante, sería un ocaso, que duraría horas, días, o para siempre. Es en este momento que no es fácil enternecernos, sincerarnos, enamorarnos, soñar, esperar, reír y llorar.